"Me hubiera gustado que fueran maestros de verdad, y no esa mezcla entre guardian de niño y señor feo que pone deberes"
Juan Carlos Ortega es un padre que en principio es el padre fabuloso porque se ha conservado respetando al niño que es él. Sin pretensiones, sin amaneramientos sociales, es tan sólo un personaje que no parece competir, rivalizar ni dar codazos a nadie.
1- ¿Cómo te hubiese gustado que hubieran sido tus maestros?
Me hubiera gustado que fueran maestros de verdad, y no esa mezcla entre guardian de niño y señor feo que pone deberes. En realidad, creo que les faltaba sentido del espectáculo. En contra de lo que pueda parecer, el espectáculo es algo bastante profundo, y puede ser un vehículo extraordinario para comunicar. Eran seres fríos, cuadriculados y miedosos. No transmitian emoción ni estupor. Los que me hubiera gustado tener, si lo hubieran hecho.
2- ¿ Tenías alguno preferido? ¿Y por qué?
Desgraciadamente, no recuerdo a ninguno de un modo especial. Ni siquiera puedo -y eso me sabe mal- guardar cierto afecto por alguno en concreto. Tenian sentados a pocos metros a 40 cerebros jóvenes, llenos de curiosidad, y desaprovecharon todas las oportubidades de entusiasmarnos.
3- ¿ Eras más libre de niño o ahora que eres menos indefenso?
Sin duda, soy más libre ahora. Hubiera sido una respuesta aparentemente poética decirte que la auténtica libertad está en la infancia, haciendo alusiones a lo gloriosa que es la fantasía infantil para evadirse a paraísos y todas esas cosas simplonas, pero no lo creo en absoluto. Recuerdo mi infancia como algo similar a una prisión, con obligaciones escolares inamovibles. Las obligaciones de ahora también son fuertes, claro está, pero al menos puedes fantasear con la posibilidad de dejarlo todo, asumiendo penosas consecuencias, pero de niño ni siquiera puedes fantasear con largarte para siempre del colegio. Digamos que nunca se es libre del todo, pero los adultos al menos podemos imaginar que lo seríamos si quisiéramos.
4- Si tuvieses que dedicarte a la enseñanza, ¿Cómo lo harías? Es decir, ¿Cómo actuarías con los niños?
Enseñar es, al menos para mi, uno de los placeres más enormes. Más aún que eso: es, creo yo, el motivo real del aprendizaje, lo que lo motiva. Quiero decir que, en realidad, aprendemos para poder enseñar. En mi caso, cada vez que aprendo algo nuevo, me imagino a mi mismo contándoselo a los demás. Ese es el auténtico placer de la adquisición de conocimientos. Nunca he entendido la acumulación de saberes “para uno mismo”. Me parece de una soberbia enorme.
Si me dedicara a enseñar a niños, intentaría transmitir la emoción que siempre va enganchada a la adquisición del conocimiento, intentando darles a entender que el valor está en esa emoción que acompaña a la sabiduría, más que en la sabiduría misma.
5- ¿Qué fue lo más difícil para ti en la escuela?
Creo que todo. Pero fueron especialmente difíciles las asignaturas que luego más terminaron gustándome: matemáticas y física. Me sabe mal volver a decir nuevamente lo que tanto se ha dicho, que unos profesores incompetentes pueden matar la curiosidad de cualquiera, pero creo que es rotundamente cierto. Los que me enseñaban física y matemáticas no amaban lo que hacían, no flipaban ni se emocionaban con esas disciplinas, no las entendían para nada. Y, por tanto, no transmitieron esa emoción de la que te hablaba en la respuesta anterior.
6- ¿Cómo conseguiste que no se secara el ramillete de ilusiones?
No lo conseguí yo, sino unos tipos especialmente dotados a los que empecé a leer una vez terminado el cole. Me refiero a Isaac Asimov, Carl Sagan, Bertrand Russell; tipos cuya inteligencia y capacidad para fomentar el asombro me salvaron y evitaron que me convirtieran, pasado el tiempo, en un señor aburrido.